martes, 30 de agosto de 2011
martes, 2 de agosto de 2011
Koan: Sabiduria
Un gran maestro recibió cierto día la visita de un erudito profesor en la universidad que venia a adquirir mayor conocimiento.
El gran maestro sirvió el té. Colmó hasta el borde la taza de su huésped, y entonces, en vez de detenerse, siguió vertiendo té sobre ella con toda naturalidad.
El erudito contemplaba absorto la escena, hasta que al fin no pudo contenerse más. "Está ya llena hasta los topes. No siga, por favor".
"Como esta taza" dijo entonces el gran maestro, "estás tú lleno de tus propias opiniones y especulaciones. ¿Cómo podré enseñarte algo a menos que vacíes tu taza?
El gran maestro sirvió el té. Colmó hasta el borde la taza de su huésped, y entonces, en vez de detenerse, siguió vertiendo té sobre ella con toda naturalidad.
El erudito contemplaba absorto la escena, hasta que al fin no pudo contenerse más. "Está ya llena hasta los topes. No siga, por favor".
"Como esta taza" dijo entonces el gran maestro, "estás tú lleno de tus propias opiniones y especulaciones. ¿Cómo podré enseñarte algo a menos que vacíes tu taza?
Koan: Cielo y el Infierno
Un belicoso samurai desafió a un anciano maestro zen a que le explicase qué era el infierno, pero el monje le replicó con cierto desprecio.
- No eres más que un patán y no puedo malgastar mi tiempo contigo.
Al escuchar la respuesta, el samurai, herido en su honor, montó en cólera y con el rostro rojo de ira desenvainó su espada mientras gritaba al anciano.
- Tu impertinencia te costará la vida.
- Eso. Eso mismo es el infierno —replicó entonces el maestro.
El samurai se quedó paralizado con la respuesta y la tranquilidad del anciano y al notar en él su rabia y todo su cuerpo turbado por la ira, se quedó conmovido por la exactitud de las palabras del monje y, como le había hecho ver cómo era el infierno, se postró ante el agradecido.
Entonces, el anciano le dijo.
- ¡Y eso. Eso es el cielo!.
- No eres más que un patán y no puedo malgastar mi tiempo contigo.
Al escuchar la respuesta, el samurai, herido en su honor, montó en cólera y con el rostro rojo de ira desenvainó su espada mientras gritaba al anciano.
- Tu impertinencia te costará la vida.
- Eso. Eso mismo es el infierno —replicó entonces el maestro.
El samurai se quedó paralizado con la respuesta y la tranquilidad del anciano y al notar en él su rabia y todo su cuerpo turbado por la ira, se quedó conmovido por la exactitud de las palabras del monje y, como le había hecho ver cómo era el infierno, se postró ante el agradecido.
Entonces, el anciano le dijo.
- ¡Y eso. Eso es el cielo!.
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